Post by reipu on May 4, 2020 18:24:49 GMT 1
Los recuerdos anteriores son confusos, como imágenes distantes que ocurrieron a otro en otro lugar. Se ve a sí mismo como comerciante, utilizando pequeñas estafas que no ofendieran a Mouqol para poder ir impulsando poco a poco, el crecimiento de su pequeño negocio. Qué nimias ambiciones le parecen ahora.
Luego llegó la asfixia. Parecía transitorio. Había rumores de la ayuda de Baythu-Rathu o del Cruce, o de ambos a la vez, en camino, sus recientes aliados en un nuevo pacto, quienes seguirían con el comercio. Pero no. Los pactos, los estados, nada importaba ante la importancia de las casas comerciales, todos se doblegaban a los intereses comerciales, a la riqueza. Y menos cuando era la mayor de ellas la que había fijado el bloqueo.
La realidad se impuso. Estaba en bancarrota. No podía comerciar. No tenía dinero. Sí tenía hambre. Ella le hizo que sus pasos le llevaran hacia el principal templo, donde unos recién llegados daban comida a quienes escuchaban sus sermones. Había rumores de que también daban oro si les ayudabas.
No había mucho más a hacer y no podía abandonar sus mercancías y largarse como un refugiado más. Así que pasó horas en el templo y se iluminó.
Sí, sin duda con ellos por fin se atrevió a aceptar lo que siempre había sabido. El mundo funciona desde la tiranía del poder, y que al poder nada ni nadie le importa. Si por el poder morían miles en Rym y otros tantos caían en la miseria no importaba, era una jugada más en el juego de los poderosos. El poder dictaba las normas, el resto, las conociera o no, se plegaba a ellas. Y él había perdido todo sin siquiera sabe que estaba jugando.
Pero seguía existiendo la justicia en manos de la venganza, y Rym debía tomársela. Nadie lo haría por ellos. Cuando los clérigos incitaron así la venganza contra los lacayos en Rym de la poderosa casa comercial se unió a los grupos de represión. No sabía utilizar las armas, no importaba: cualquier puede apuñalar a alguien indefenso o rodeado si la espada no es demasiado grande. O atacar por la espalda desde la oscuridad.
Le pareció una redención a su incapacidad pasada. Le pareció una liberación a las ataduras que le impedían colmar sus ambiciones. Tanto daba que acabará participando en uno de los bandos de la guerra civil que desolaría aún más a Rym en un baño de sangre. Se lo merecían, y si el resto no lo veía era cosa suya. Estaba aprendiendo a valerse por sí mismo en su nuevo despertar. Y estaba ganando oro.
Cuando los clérigos se fueron, dejando el templo destruido tras de sí, les siguió. Ya no le importaba dejar tras de sí su anterior mercancía. Sabía que a través de ellos conseguiría poder y que con ello esta vez marcaría él las normas. Sus normas.
Luego llegó la asfixia. Parecía transitorio. Había rumores de la ayuda de Baythu-Rathu o del Cruce, o de ambos a la vez, en camino, sus recientes aliados en un nuevo pacto, quienes seguirían con el comercio. Pero no. Los pactos, los estados, nada importaba ante la importancia de las casas comerciales, todos se doblegaban a los intereses comerciales, a la riqueza. Y menos cuando era la mayor de ellas la que había fijado el bloqueo.
La realidad se impuso. Estaba en bancarrota. No podía comerciar. No tenía dinero. Sí tenía hambre. Ella le hizo que sus pasos le llevaran hacia el principal templo, donde unos recién llegados daban comida a quienes escuchaban sus sermones. Había rumores de que también daban oro si les ayudabas.
No había mucho más a hacer y no podía abandonar sus mercancías y largarse como un refugiado más. Así que pasó horas en el templo y se iluminó.
Sí, sin duda con ellos por fin se atrevió a aceptar lo que siempre había sabido. El mundo funciona desde la tiranía del poder, y que al poder nada ni nadie le importa. Si por el poder morían miles en Rym y otros tantos caían en la miseria no importaba, era una jugada más en el juego de los poderosos. El poder dictaba las normas, el resto, las conociera o no, se plegaba a ellas. Y él había perdido todo sin siquiera sabe que estaba jugando.
Pero seguía existiendo la justicia en manos de la venganza, y Rym debía tomársela. Nadie lo haría por ellos. Cuando los clérigos incitaron así la venganza contra los lacayos en Rym de la poderosa casa comercial se unió a los grupos de represión. No sabía utilizar las armas, no importaba: cualquier puede apuñalar a alguien indefenso o rodeado si la espada no es demasiado grande. O atacar por la espalda desde la oscuridad.
Le pareció una redención a su incapacidad pasada. Le pareció una liberación a las ataduras que le impedían colmar sus ambiciones. Tanto daba que acabará participando en uno de los bandos de la guerra civil que desolaría aún más a Rym en un baño de sangre. Se lo merecían, y si el resto no lo veía era cosa suya. Estaba aprendiendo a valerse por sí mismo en su nuevo despertar. Y estaba ganando oro.
Cuando los clérigos se fueron, dejando el templo destruido tras de sí, les siguió. Ya no le importaba dejar tras de sí su anterior mercancía. Sabía que a través de ellos conseguiría poder y que con ello esta vez marcaría él las normas. Sus normas.