Post by Lion on Apr 12, 2020 16:26:37 GMT 1
Nombre: Keizok (Lurys)
Edad aparente: Entrado en la treintena
Procedencia: Desconocida
Descripción: A simple vista puedes ver a un hombre adulto de estatura media y complexión atlética, cuyas ropas desprenden cierto aire de marcialidad y muestras las visibles muescas de combates recientes.
Al fijarte más observas una espada y una pequeña rodela aseguradas a su cintura junto un numero significativo de pequeñas hachas de una sola pieza metalica y un sinfín de pequeños bolsillos repartidos por su cinto y sus ropajes. También ves un carcaj de flechas a sus espaldas y un arco repleto de muescas.
Sus ojos deambulan por rededor observando todo cuanto le rodea, en ocasiones incluso durante el suficiente tiempo como para ofender a alguien. Si te acercas, puedes percibir un intenso olor a tabaco y madera mojada.
ACTO I
Una espesa gota de sudor se desliza desde el interior de su yelmo recorriendo su sien. Su brazo izquierdo sujeta con firmeza un viejo arco de guerra mientras los dedos de su diestra mantienen oculto el emplumado de una flecha aun sin tensar. Al mismo tiempo una fila de pequeñas hormigas bajan desde uno de los tronco de los árboles que le dan cobijo hacia sus hombros.
Mientras tanto a sus espaldas un pequeño grupo, al que hacia pocas horas se había unido, discute sobre un “paquete” que hay que trasladar hacia otra ciudad que se erige más hacia el oeste.
Su mandíbula se tensa mientras trata de hacer caso omiso de las explicaciones que un joven arcano da a dos recién llegados sobre el “paquete” que transportan, cuando logra vislumbrar dos figuras agazapadas en lo alto de una colina frente a él.
Tensa su arco sin vacilar pues desde su posición, con algo de suerte, podría realizar un disparo certero y aun le quedaría tiempo para preparar el según.
Un fuerte crujido rompe su concentración y al poco la flecha que tenía tensada sobre su arco sale disparada con un vuelo errático hacia ninguna parte. Las piernas empiezan a fallarle y el arco que tan firmemente sujetaba cae al suelo sin explicación aparente hasta que logro verlos. Apenas puede ver una pareja de lobos sobre el joven arcano que le acompañaba antes de que su atención se centrara en aquel primer crujido y en la mandíbula se aferraba con fuerza a las placas de cuero que cubrían su brazo derecho. La sangre brotaba de unos profundos agujeros que los colmillos del lobo seguían agrandando, trata de echar mano a una de sus espadas sin éxito pues un segundo lobo cuyas garras se hundían en la pechera de su armadura bloqueaba cualquier intento de alcanzar sus armas.
El fuerte sonido del metal contra la madera se escucha a pocos metros de él acompañado de una estruendosa voz al otro lado de la entrada de una la oscura estancia en la que se encuentra. – Keizok, llego la hora…- la grave voz de un hombre de sobra conocido hace una leve pausa para golpear nuevamente sobre la puerta – sabíamos que este momento llegaría…- la estruendosa voz parece quebrarse por un instante.
Una vieja y oxidada llave se introduce en el hueco de la cerradura, la gruesa puerta de madera bien anclada a las paredes de la celda se abre despacio dejando ver a un grupo de guardias al otro lado de la estancia.
Un hombre alto y musculoso, ataviado con una imponente armadura preside la comitiva. Knüd aquel con el que habías compartido tantas noches al raso, aquel que pagaba las rondas en la taberna cerca del viejo molino, tu amigo que se convirtió en tu delator. Hoy será quien te acompañe durante los últimos minutos de vida.
La figura del imponente hombre se acerca a Keizok y con una expresión mezcla de la decepción y la tristeza que hace que su voz salga con dificultad – Tranquilo Keiz, cuidare de Cassia…tienes mi palabra.
Keizok se incorpora apoyándose en una de las paredes de piedra de su celda, los grilletes de sus manos le dificultan tal acción. Una media sonrisa se dibuja en su rostro dedicando una mirada de odio hacia el Paladín. – Acércate a Cassia…y si no te mata ella, por Rudd que te estaré esperando…amigo…-la media sonrisa de su rostro se convierte una mueca de asco imposible de contener.
El fuerte dolor que la luz del sol le produce en los ojos le impide ser consciente de las miradas que se clavan en el durante su recorrido hacia el patíbulo. El ultimo paseo se hace largo a pesar de lo que cabría esperar, sin apenas percatarse cuando logra abrir los ojos se encuentra sobre la plataforma que los nuevos reclutas llevan toda la semana construyendo. Knüd a su diestra desenrolla un pergamino, él es el encargado de leer la sentencia y su estruendosa voz lo hace a la perfección, inundando todos los rincones del patio. – Hoy es el día…en el que la justicia exige una compensación…por los crímenes cometidos por uno de nuestros antiguos miembros…que falto al juramento…
La mirada de Keizok deambula por entre los presentes, todos los nuevos reclutas, los soldados de más bajo nivel e incluso los oficiales están presentes. Pero no encuentro ese reflejo rubio bajo el sol, eso reflejo que desearía ver una ultima vez. El discurso sigue durante largo tiempo hasta que las últimas palabras de Knüd llaman su atención.
- Keizok, la horca será el pago por tus crímenes.- Ya no es momento para bromas, no es momento para reír pues no volverá a verla. Uno de los guardias coloca la soga alrededor de su cuello mientras al mismo tiempo el paladín agarra la palanca que activa el burdo mecanismo de la trampilla del patíbulo. – Lo siento amigo mío…- la trampilla se abre bruscamente mientras la soga se tensa bruscamente.
Keizok se incorpora dando una gran bocanada de aire provocándole así una tos incontrolada, esputos ensangrentados salen de su boca mientras su dolorido cuerpo le obliga a dejarse caer nuevamente sobre el suelo del bosque. A su lado una imponente figura con el rostro cubierto de la que poco más logra discernir extrae una espada hundida a poco distancia de su cabeza. Pasea la mirada por los alrededores entre incontrolables espasmo y agudos dolores. Sus compañeros ya caminan recuperados por las cercanías y los lobos yacen amontonados a varios metros de él, sigue buscando con la mirada sobre las cercanías del bosque hasta que lo encuentra. El motivo del viaje, el “paquete” yace inerte sobre un charco de sangre. Pasa los dedos de su mano derecha sobre la reciente cicatriz que atraviesa su rostro. Hoy tampoco se cobra.