Post by Coco-Ta on Feb 5, 2023 22:55:35 GMT 1
Un búho ulula entrecerrando los ojos en la clara noche a la luz de la maltrecha luna que refleja los árboles junto a la muralla de la pequeña fortificación de los Paladines Blancos de Murlynd en las proximidades occidentales de ciudad Augusto. El anciano gnomo, calvo de tanto investigar como siempre dice (no de esto, sino de rascarse compulsivamente la coronilla mientras dedica su tiempo a tal menester), ronca plácidamente entre sueños de polvo negro y fuego, cascarones de madera y océanos, cuando un grito le saca de su estudio nocturno (no puede dejar de pensar, siquiera durmiendo). Parpadea por si ha soñado eso, qué extraño sería... ¿pólvora que grita? Espera -se dice-, voy a anotarl... -Otra vez. No, no, ni hablar -se pellizca el moflete-. ¡Ah! No puede ser... qué estruendo es ese. Un estallido, ruido de pisadas y después de metales sobre el suelo de madera, quejidos, votos a los dioses... Thesofolonimus Pictorestus Protomoteae Hieronopollexztum Fornilando de Cuviacamenh... -continúa su disparatada sarta de nombres el más conocido por Thefos- no puede estar equivocado. ¡He de anotarlo todo! -dice, agarrando un rollo de pergamino y una pluma que tiene junto a la camita donde sólo pasa algunas pocas horas al día. Un manchurrón negro de tinta dibuja patrones amorfos dignos de estudio, mas en otro momento, en las sábanas, mesilla, pared y suelo-. Sube las escaleras lentamente, pero de manera apresurada para llegar al piso superior. ¡¡Que Murlynd me lleve!! Quién sería el "gracioso" que le ha robado la pólvora... Mirando a los lados aprecia una masa de cuerpos chamuscados junto y dentro de una de las celdas comunes de escuderos infantes. Los renacuajos humanos que sólo pierden el tiempo, y Cocotunius, que es medio renacuajo. Olisquea el ambiente, nada, ni rastro de la preciada materia. Pensaba que era pólvora de verdad, pero ni rastro de su inigualable olor... Se adentra entre la pila de clérigos apilados en el suelo con restos de quemaduras, pero nada de hollín ni polvo... ¡Apártense, apártense! ¡Debo reconocer el origen de este suceso! Entre el quejumbroso resuello de los clérigos tirados sólo le interesa llegar al foco de la explosión... ¡¡Cocotunius!! -exclama- ¡¿Qué has hecho esta vez?! El medio renacuajo, un joven, muy joven, apenas 10 años (una desventaja frente a sus iguales humanos de pura cepa) con orejas puntiagudas, semielfo de piel clara, pelo moreno más largo de lo normal para los "renacuajos", ojos gris oliváceos, herencia de su desconocido padre, permanece incorporado en el camastro muy alterado, tanto o más que los otros 3 chicos que se tapan con miedo bajo las sábanas, espalda contra la pared.
A ver, Cocotunius -la voz penetrante y profunda del maestre de la orden por encima de los cuchicheos de la pequeña sala- explícanos una vez más qué sucedió, qué recuerdas, o no podremos ayudarte. Los sacerdotes no han conseguido... detectar nada en tus ojos, y los sortilegios divinos no son capaces de canalizar una cura... ¿qué es lo que sucedió? -Ese mismo día, durante la mañana no paró de llorar, no veía absolutamente nada, sentía ardor en los ojos, unas finas costras como si de una rozadura se tratase es todo lo que notaba al palparse. Estaba aterrado ante la posibilidad de no volver a ver. ¿Es que acaso era un pecador, un indigno, había faltado a los dioses, se había desviado, en qué?
-Estaba durmiendo, en sueños, pero no llego a recordar... apenas nada. Sólo recuerdo una bruma negra, como niebla y luego una luz blanca lo llenaba todo...
-La explosión... -repite un paladín junto al maestre-. ¿Estabas... durmiendo, seguro, muchacho?
-Sí, eso... eso creo.
Murmullos, los alquimistas de la orden, entre ellos Thefos, que desde que cayó la madre de Cocotunius en la Purga de Lual-Thyr se convirtió en una especie de mentor para el chico, hablan entre ellos extrañados. Los otros 2 sacerdotes, uno de Murlynd, el otro de Heironeous hacen lo propio, pero en voz tan baja que nadie más puede oírlos.
De nuevo, el maestre toma la palabra:
-No tenemos malas referencias de ti, joven Cocotunius, pero sentimos que, desde que Jana nos dejó, cumpliendo la obra de la que deberías -remarca- estar orgulloso, de expulsar las fuerzas del mal de Lual-Thyr, tus dudas y miedos han debido debilitar tu fe. Este incidente, con trágicas consecuencias, sobre todo para tu persona, son muestra de ello. Con las pruebas de que contamos, se deja constancia para la toma de decisión en una quincena. Hasta entonces, puedes seguir permaneciendo en tu celda, asisitiendo, si te encuentras con fuerzas, a tus mismos quehaceres. El sabio Thefos -hace una inclinación hacia el gnomo- te acompañará mientras te habitúas a este... estado temporal, hasta que encontremos una cura. Será mejor, no obstante, que en el día de hoy descanses. Tienes permiso para no asistir a las clases. Sin duda maese Thefos estará encantado de darte unas lecciones -hace una pausa- personalizadas. Se levanta la sesión.
En la más absoluta oscuridad, sólo sintiendo los sonidos, cómo rebotan en las diferentes superficies, las variaciones de temperatura del aire que le llega con más o menos fuerza a cada poro de su piel es como puede sentir el mundo a su alrededor. Y el olor. Ahora se da cuenta de los olores de las cosas que antes visualizaba sin problemas.
Vamos, la voz de Thefos le habla por su derecha, volvamos a tu celda. Debes contarme todo. ¿Sabes que estaba soñando con pólvora... ¡pólvora! cuando me despertaste? -De camino, oye cada unos de los crujidos de la madera, imagina cada mota de polvo que roza y desgasta la madera con un fino surco más, cómo se desplaza la suela de su sandalia por cada tabla...- ¿Me estás escuchando? -de nuevo es la voz aguda del pequeño tutor-. Entiendo que estés asustado, pero es normal, despertar cegado tras un fogonazo sin materiales explosivos es... desconcertante, pero no temas -una leve modulación en la voz le hace "ver" al joven semielfo que su mentor no confía del todo en sus propias palabras-, seguro que los clérigos llegan a una manera de arreglarlo. Simplemente... descansa un poco, ha sucedido todo muy deprisa. Volveré en cuanto acabe de atender a los hermanos que... sufrieron tu "accidente" (de nuevo, modula la voz al decir esa palabra).
Solo, aislado, más solo y más aislado que antes, más aún que desde hace 3 años cuando la noticia de la muerte de su madre llegó del frente, en el momento justo en que se daba sepultura a su último pariente bajo la tierra. Juega a cerrar y abrir los ojos, pero no hay diferencia. Los toca. Se tapa con la sábana. Nota una presencia. Mueve las manos... -¡¡Para, para!! -somos nosotros -la voz de los aspirantes a escudero de su celda y de las contiguas, por el nivel están en el umbral de la puerta-, nos has asustado, pero... entendemos que tú también lo estés (se oye un coro asintiendo), luego te contamos la lección de hoy. -No hay maldad en su voz, pero eso no quita que Cocotunius sienta miedo. Si esto no se arregla... cómo será paladín, cómo podrá servir como su madre.
El cuello se le tensa, un frío que no es tal le agarrota el hombro izquierdo, el que no está junto a la pared. Con temor, lentamente, mueve la mano. Frío. Un frío inmenso, oscuridad, luego luz, pero no la ve, es una luz que ciega, y los ruidos.... ¡los ruidos!, como metal arrastrado sobre piedra, pero hablado. La sombra tapa la luz, luego fuego, calor, masa de seres se mueven al unísono, marionetas sin hilos de carne putrefacta. Un rostro invisible, unos ojos le dicen sin palabras ¡¡huye!!
Cocotunius empieza a mover los brazos tratando de evitar esas palabras, ¿palabras, acaso ha escuchado algo? Cierra y abre los ojos, nada, oscuridad. Se gira para levantarse, recuerda cada centímetro de la estancia, de la fortificación..., pero tropieza. Oye movimiento en el pasillo. Se cuela debajo de la cama. Ajetreo, y suena la alarma, la campana repica sin fin. Barullo, los paladines hacen retumbar sus armaduras mientras se preparan para la emergencia. Se oye cerca el relinchar de las monturas que los pajes preparan en el cobertizo. Recuerda esos ojos: "huye". Se acerca a tientas a la caja de madera donde guarda su chaqueta de lana, se ata las bota de cuero de "salir" y se dirige a la puerta. Salvo las pisadas de metal bajando, no hay movimiento en esa zona de la primera planta. Se agarra a las barandillas y va bajando lentamente uno a uno los escalones, escuchando bien, agarrándose a ese sentido como sus manos a la madera. Ahora, mecánicamente, a la derecha, se esconde en las sombras que no le hace falta ver del armario del pasillo, se desvía para tomar la puerta pequeña para los criados. Parece que nadie se percata de su presencia, es muy posible que no se hayan enterado del "incidente". Nota el frescor del otro lado. El viento le da en la cara y el sol le hace cerrar instintivamente los ojos, pese a no verlo. Ya está fuera pero, ¿qué hacer ahora, qué sucede, qué ha sentido, qué eran esas visiones sin ver?
-¡Cocotunius! -La voz chillona de Thefos. -Debo huir.
El semielfo de 10 años tiene las piernas más largas que el viejo gnomo, pero su miedo a caer es menor al del temor incontrolable de la desconfianza que le dan los sucesos de ese día, y sí confía en recordar el camino hacia el río. Anda deprisa, sin mirar atrás, porque no le hace falta, oye los soplidos del viejo calvo y se imagina las gotas de sudor corriendo por sus brillantes entendederas.
Finalmente tropieza -esa piedra no estaba ahí... o es que te has fijado en "todas" ellas alguna vez-, pero se agarra a un árbol, se raspa la muñeca derecha, pero aunque no ve la mancha en su chaqueta, la imagina tan roja como siempre. El ruido del bosque más allá de la empalizada le nubla los sentidos y le da una nueva perspectiva, pinta en su mente el entorno en vez de en luces, en sonidos, pero algo le inquiete y mucho. De nuevo ese frío. Oye cada vez más lejos al viejo gnomo. -¿Debería esperarle?-. No hay tiempo para pensar, porque un retumbar sacude el suelo. Cae y rueda hasta que acaba en la embarrada orilla del río. Dolorido, trat de levantarse. ¡¿Y ahora qué?! -Agarra una rama que le ha rajado el pantalón, la mueve para todos lados, es una raíz, por el olor que desprende, debe ser un pino, las manos las tiene llenas de pegajosa resina y los brazos rozados, unas piñas bajo su espalda. EL ruido del río aparta el de más arriba. -¡¡Ohhhhhhh!!-, el gnomo acaba junto a él. ¡Por las teas de Murkynd, qué estás ahciendo, muchacho? Menos mal que siempre llevo mis inventos a mano. -Cocotunius se imagina cómo por los clics el viejo gnomo está guardando su tabla deslizadora multipropósito, un invento que realizó en su juventud, según les contaba muchas veces-.
-¿Qué ha pasado, qué sucede? -Dice el joven. -No lo sé, y no me gusta cómo suena. -dice el gonomo-. Parece que se ha dado la voz de alarma, ¡están atacando la ciudad! Debemos volver a la guarnición.
Aquella fue la última vez que Cocotunius vio... y pisó aquél lugar. Nunca volvería a él, y sólo sabe que, sin haberlo visto, es así. Quedó destruido como toda la ciudad y la zona circundante.
Durante días permaneció escondido en el bosque, escuchando los aullidos de las sombras y los no muertos. Casi podía sentir lo que veían aquellos muertos ojos vacíos. El gnomo le ayudó, le confeccionó un bastón, al que le añadió la punta de su daga. De este bastón o lanza no se ha separado aún, lo usó para ayudarse a caminar, a conocer el entorno cercano... los obstáculos. Se dijo, si he de morir, que sea hacia adelante, no en un agujero. El gnomo reiteraba que había que volver, pero nunca llegó a dejarle solo, porque, en el fondo, sabía que no tenía sentido. Fue en esos días cuando el gnomo le mostró cómo valerse sin la ayuda de sus inservibles ojos. Fue cuando le contó que el suceso olía tanto a lo arcano como las explosiones normales a pólvora. Finalmente acabaron encontrando a más huídos de la ciudad y villas cercanas, que les contaron lo sucedido en ciudad Augusto y finalmente, ayudados por clérigos de la Tríada, accedieron a los puntos de recogida de refugiados en Lual-Thyr. Más tarde regresaría el que sería monarca del gran reino, junto a quien su madre perdió la vida. Allí dedicó varias décadas en tareas mundanas. Nunca volvería a estudiar de manera reglada, pero sus conocimientos de alquimia aumentaros gracias a Thefos, y ambos llegarían a regentar un pequeño puesto de alquimia donde creaban artículos de baja importancia, baratijas, etc. hasta que 10 años más tarde se quitó el veto a los arcanos. En ese momento ya el viejo gnomo era demasiado viejo y había pasado más d elo que esperaba haber pasado, como para hacer otra cosa que validar los mecanismos, trasnmutaciones, pociones y artilugios que Cocotunius realizaba. En todos estos años no volvió a tener visiones, no volvió a sentir la necesidad de huir, y su vida habría sido así de no ser por Rufus.
El túnica roja que entró aquél día no podía imaginar que quien realizaba esas alquimias era un invidente... ni más ni menos. Tampoco podía imaginar cómo el invidente pudo saber el color de su túnica, ni se dio cuenta de cómo el invidente le había sonsacado información que le delató sin hacerle falta conocer el color de la túnica. -Mi nombre es Rufus -dijo el barbado arcano- y vengo a por un poco de polvo de mandrágora. Me han comentado que este establecimiento (se podía imaginar Cocotunius el gesto de sorpresa con nariz torcida ante el pequeño cuchitril y la juventud del alquimista, tan solo 20 años; quizá no fuera así, pero así lo imaginaba) tenía cierta -hace una pausa- calidad en sus artículos. -Si así le han dicho, le han dicho bien -contestó Cocotunius-. ¿Cuánta mandrgóra necesita?
Aquel año fue muy ajetreado, la boda real no era baladí, y se ganó mucho dinero. Pero fue el último año que Thefos vio, y no es que se quedara ciego como Cocotunius, sino que cerró los ojos para siempre. Ya acabados los festejos de la boda, los arcanos pululando, controlados, pero pululando, por la ciudad, acudían de vez en cuando para adquirir los mejunjes que se encargaba o encargaba a druidas y exploradores traer. Era ya conocido dentro del gremio de vendedores y sus fórmulas eran bastante reconocidas. Es por eso que ese día Rufus volvió a la tienda, que seguía siendo igual que la última vez. Hola, Cocotunius. -Hola, Rufus -respondió el semielfo al característico tono de voz.
-Mira, tengo un... problemilla. Necesito... cierto componente que... bueno... -No te preocupes, te entiendo, es prohibido. Sabes que no tenemos permiso para comerciar con nigromantes. Eh, y a todo esto, ¿qué te traes entre manos?
Aquella fue la última vez que Cocotunius pisó aquél local. Pero esto deberá ser contado en otra ocasión. Fue huyendo por los bosques con Rufus que Cocotunius descubrió, o más bien el mago detectó los poderes latentes de Cocotunius. Fue así que fue descubierto el problema de diez años atrás. También le advirtió de los túnicas y le habló de ocultar su poder. El poder arcano latente en el semielfo era algo inexplicable para Rufus, como para cualquier mago con años de estudios al ver los prodigios, siempre desdeñándolos, de un hechicero. En otra ocasión se contará cómo junto al mago consiguió convocar a su familiar, Cachu, un murciélago, a la primera, sin tener que perder un año ni malgastar dinero, y cómo permaneció en los bosques durante casi media vida, cómo se aisló del mundo y perdió todo conocimiento político y actual ya que, aunque importante en la civilización, estos conocimientos son efímeros y cambian como el viento en un claro.
Aunque ya pasó tiempo desde que por primer vez desplegó su poder, efímero, pero apabullante, junto a Rufus, y en pocas ocasiones ha tenido de nuevo esa energía espontánea que se canaliza a su través, a pesar de seguir carente de vista, las visiones vuelven recurrentemente. Esta vez no pudo seguir escondido. Es hora de buscar la razón de ser lo que es y no lo que estaba destinado a ser. En uno de los caminos ha escuchado a viajeros que iban junto a los nómadas de los caminos hablar de cierto arcano de Bayas-Rathu.
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-Nombre: Cocotunius Larnam
-Raza: Semielfo (padre elfo desconocido, madre humana fallecida paladín de Murlynd).
-Clase: Hechicero (adivino).
-Alineamiento: Neutral bueno.
-Deidad: Murlynd.
-Nivel: 1º.
-Edad: 39 años (nace en 362 d. c.).
-Ocupación (actual/inicial): Vagabundo.
-Apariencia física: Humanoide algo encorvado, avanza apoyado en su bastón acabado en punta metálica (¿o es una lanza?). Habla a veces aparentemente solo. Bajo la capucha, se esconde un rostro bello que ya dejó la primera juventud, a lo que favorecen sus largas barbas entrecanas, que cubren sus mejillas y barbilla. Su pelo en general es largo, moreno entrecano. Todo ello le confiere una edad aparente quizá mayor de la real. Un halo de misterio atrayente le envuelve, y suele acaparar las miradas, que suelen bajarse con rapidez sin saber que él no los puede igualar. Sus ojos grises no muestran nada fuera de lo común, sólo unas arrugas o cicatrices oscuras horizontales alrededor de éstos, visibles cuando se los descubre. A fin de cuentas, ¿de qué le sirven a un ciego?